jueves, 29 de mayo de 2014

Ensayos sobre amor y todas las cosas que caen con él

“Ensayos sobre amor y todas las cosas que caen con él”
Intervención urbana
Agatha Maligna
Temuco, Diciembre del 2014


 Esta intervención urbana fue realiza en Diciembre del 2014 con motivo de mi examen de grado, es algo complejo y tedioso de explicar pero trataré de hacerlo en pasos:

Primero: Recolecté trozos de cerámicos en el río Cautín y en otros lugares donde me regalaban los cerámicos destrozados.
Segundo: Realicé más de veinte escritos, todos ellos rondan la temática del amor y el desamor que es en lo que siempre he trabajado, estos escritos están realizados por personas ficticias en las que yo asumí el rol de interpretar a través de palabras, estas personas narran diferentes aspectos de sus vidas y relatan la experiencia de amar a una persona del mismo sexo.
Tercero: Estos escritos fueron escritos a manos y plasmados en trozos de cerámicos a través de la técnica del vetrificado en resina.
Cuarto: Por las calles de Temuco, específicamente en las grietas de las veredas instalé estos mosaicos de colores, reparando al mismo tiempo las veredas y llevando color y literatura a espacios públicos.
  




 Estos son los escritos:

Mis tetas me encantan, me encantan mis tetas, no son fofas como las de otras mujeres, son duras y punzantes, me gustan porque no parecen tetas sino una coraza, me protegen contra las balas y los insultos que vuelan de las bocas de otras mujeres, pero me gustan también aquellas otras mujeres y sus inimaginables formas de tetas y personalidades dispersas, me encantan aquellas que parecen un merengue lácteo coronado con una fresa madura por pezón, como un postre esperando ser devorado, me gusta sobre todo dormir allí, en el pecho tibio de una mujer exhalando su aroma protector ¿Quién me puede culpar por eso? ¿Quién me puede culpar por desear lo indebido? Ardería con gusto en las llamas de todos los infiernos por dormir una noche en el pecho de una amada.











Verano del 86, el vuelo de una mosca rauda zumbaba en mis oídos, el calor insufrible derretía mi pensar, y en ese momento me di cuenta que me encontraba irremediablemente enamorado de pablo, y rompí en llanto ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mi dios mío? Había intentado todo y nada resultaba, no podía evitarlo era una fuerza sobre humana que me impulsaba a amarlo, me senté sobre la cama, mis piernas temblaban de terror porque sabía que ya no podía más con ello, y desde ese día en adelante todos me odiarían.









Las palabras fluían de mis dedos tan naturales y fulminantes como un caudal de río en el invierno del sur, “grandilocuente” era la palabra que daba vueltas en mi cabeza, “grandilocuente” me llamó ella, con su mirada furibunda clavada en el iris de mis ojos, con su boca pequeña y rosada, así me llamó, grandilocuente, yo no sabía ni me interesaba lo que significaba, porque mi mente en ese momento daba vueltas en el sorprendente descubrimiento que acababa de acontecer, sentí por un segundo que el corazón se me congelaba en un espasmo azul, del miedo que me producía su odio en mí, y me daba miedo ese odio porque tras una serie de acontecimientos había descubierto que la amaba, y no era este un descubrimiento maravilloso como suele ser en las películas, sino un descubrimiento terrible por el hecho inmensurable de que soy un mujer.






Es bien sabido que por biología es un mal femenino aquello de hablar, hablar y hablar, por eso me pregunto, que de todas las mujeres del mundo por qué me tuve que enamorar de la única que hay que pedirle por favor que diga algo, su silencio es a veces insoportable.



Calafate se llamaba el gato plomizo y esquivo que junto a Joaquín adoptamos, no podíamos tener hijos y no porque realmente no pudiéramos, sino que se supone que no debíamos, las personas ya veían con suficiente recelo la relación entre dos hombres como para aceptar que pudiésemos tener hijos, pero lo deseaba con todas mis fuerzas, amaba esa ilusión de un hijo más que cualquier otro padre.







Seguramente si escudriñas en mi cama quizás encuentres algunos de sus cabellos entre frazadas, y tal vez la almohada aun huela a su cuello, es más mi cuerpo quizás  todavía tiene su sudor y creo que conservo más de algún rasguño recibido en un descuido de pasión. Pero eso a él no le importa, para él ella es mi mejor amiga y nada más, no podría creer que su hombría fuese insultada con la imagen de dos mujeres revolcándose en su cama, y no sea esto por vano placer, sino, por descarado amor.








Yo era una escritora depresiva de 16 años, que escribía una novela de un anhelo que nunca ocurrió y quizás jamás ocurriría porque siempre… siempre… pero  siempre me enamoré de hombres y de mujeres cobardes, que no quisieron seguir adelante y me dejaron allí esperando a que algo ocurriera, yo lo habría hecho todo, pero no hice nada porque no me quisieron, pero no me quisieron porque no me quisieran sino porque no se podía simplemente… no se podía porque era muy tarde, porque estábamos muy lejos, porque la sociedad lo impediría o porque le faltaba un ojo. Y por eso yo fui aquella que nadie quiso, porque razones para no quererme sobraban, y razones para quererme solo había una y no era suficiente.









El bramido del tren irrumpía en la media noche helada, cuando yo sujetaba mi equipaje en la estación, medio congelados los dedos, media congelada la nariz , la capa de lágrimas mucosa sobre mis ojos me entregaba una visión distorsionada y surrealista del mundo a mi alrededor. Yo debía marcharme, debía marcharme porque mi existencia era una especie de veneno que justamente le hacía daño al ser que más yo amaba.











Me mata esta mujer, se odia y se autodestruye en una implosión constante de su ser, no tiene ganas de nada, nada le emociona, nada le hace reír, es amarga, su existencia es como una piedra pesada y tosca hundida dentro de un pozo oscuro de aguas pútridas estancadas, yo me zambullo en ese pozo, esquivo la putrefacción, me hundo, me aferro a ella y trato de sacarla, pero no se puede, ella me mata. ¿Qué hago para hacerla feliz? Debería nacer de nuevo, deberíamos nacer de nuevo ambas, pero ella me mata.















Eran hacia las diez de la noche y el resplandor del sol todavía se dibujaba a lo lejos en el cielo profundo, él y yo conversábamos. Una conversación intensa es como hacer el amor intelectualmente, le dije, él me manifestó su intención de llevarlo a un plano físico más allá de lo intelectual, yo aprobé su idea ya que no puedo negar que al sentir su cuerpo vibrar a mi lado mi cerebro se inundaba de endorfinas. Quedamos de acuerdo en hacerlo, yo estaba nervioso y feliz al mismo tiempo, cerraba los ojos e imaginaba el momento más placentero de mi vida. Aquella tarde fue la última vez que lo vi, murió esa misma noche, camino a su casa, dentro del taxi.