“Ensayos sobre amor y
todas las cosas que caen con él”
Intervención urbana
Agatha Maligna
Temuco, Diciembre del 2014
Esta intervención urbana fue realiza en Diciembre del 2014 con motivo de mi examen de grado, es algo complejo y tedioso de explicar pero trataré de hacerlo en pasos:
Primero: Recolecté trozos de cerámicos en el río Cautín y en otros lugares donde me regalaban los cerámicos destrozados.
Segundo: Realicé más de veinte escritos, todos ellos rondan la temática del amor y el desamor que es en lo que siempre he trabajado, estos escritos están realizados por personas ficticias en las que yo asumí el rol de interpretar a través de palabras, estas personas narran diferentes aspectos de sus vidas y relatan la experiencia de amar a una persona del mismo sexo.
Tercero: Estos escritos fueron escritos a manos y plasmados en trozos de cerámicos a través de la técnica del vetrificado en resina.
Cuarto: Por las calles de Temuco, específicamente en las grietas de las veredas instalé estos mosaicos de colores, reparando al mismo tiempo las veredas y llevando color y literatura a espacios públicos.
Estos son los escritos:
Mis tetas me
encantan, me encantan mis tetas, no son fofas como las de otras mujeres, son
duras y punzantes, me gustan porque no parecen tetas sino una coraza, me
protegen contra las balas y los insultos que vuelan de las bocas de otras
mujeres, pero me gustan también aquellas otras mujeres y sus inimaginables
formas de tetas y personalidades dispersas, me encantan aquellas que parecen un
merengue lácteo coronado con una fresa madura por pezón, como un postre
esperando ser devorado, me gusta sobre todo dormir allí, en el pecho tibio de
una mujer exhalando su aroma protector ¿Quién me puede culpar por eso? ¿Quién
me puede culpar por desear lo indebido? Ardería con gusto en las llamas de
todos los infiernos por dormir una noche en el pecho de una amada.
Verano del 86, el
vuelo de una mosca rauda zumbaba en mis oídos, el calor insufrible derretía mi
pensar, y en ese momento me di cuenta que me encontraba irremediablemente
enamorado de pablo, y rompí en llanto ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mi dios mío?
Había intentado todo y nada resultaba, no podía evitarlo era una fuerza sobre
humana que me impulsaba a amarlo, me senté sobre la cama, mis piernas temblaban
de terror porque sabía que ya no podía más con ello, y desde ese día en
adelante todos me odiarían.
Las palabras fluían
de mis dedos tan naturales y fulminantes como un caudal de río en el invierno
del sur, “grandilocuente” era la palabra que daba vueltas en mi cabeza,
“grandilocuente” me llamó ella, con su mirada furibunda clavada en el iris de
mis ojos, con su boca pequeña y rosada, así me llamó, grandilocuente, yo no
sabía ni me interesaba lo que significaba, porque mi mente en ese momento daba
vueltas en el sorprendente descubrimiento que acababa de acontecer, sentí por
un segundo que el corazón se me congelaba en un espasmo azul, del miedo que me
producía su odio en mí, y me daba miedo ese odio porque tras una serie de
acontecimientos había descubierto que la amaba, y no era este un descubrimiento
maravilloso como suele ser en las películas, sino un descubrimiento terrible
por el hecho inmensurable de que soy un mujer.
Es bien sabido que
por biología es un mal femenino aquello de hablar, hablar y hablar, por eso me
pregunto, que de todas las mujeres del mundo por qué me tuve que enamorar de la
única que hay que pedirle por favor que diga algo, su silencio es a veces
insoportable.
Calafate se llamaba
el gato plomizo y esquivo que junto a Joaquín adoptamos, no podíamos tener
hijos y no porque realmente no pudiéramos, sino que se supone que no debíamos,
las personas ya veían con suficiente recelo la relación entre dos hombres como
para aceptar que pudiésemos tener hijos, pero lo deseaba con todas mis fuerzas,
amaba esa ilusión de un hijo más que cualquier otro padre.
Seguramente
si escudriñas en mi cama quizás encuentres algunos de sus cabellos entre
frazadas, y tal vez la almohada aun huela a su cuello, es más mi cuerpo
quizás todavía tiene su sudor y creo que
conservo más de algún rasguño recibido en un descuido de pasión. Pero eso a él
no le importa, para él ella es mi mejor amiga y nada más, no podría creer que
su hombría fuese insultada con la imagen de dos mujeres revolcándose en su
cama, y no sea esto por vano placer, sino, por descarado amor.
Yo
era una escritora depresiva de 16 años, que escribía una novela de un anhelo
que nunca ocurrió y quizás jamás ocurriría porque siempre… siempre… pero siempre me enamoré de hombres y de mujeres
cobardes, que no quisieron seguir adelante y me dejaron allí esperando a que
algo ocurriera, yo lo habría hecho todo, pero no hice nada porque no me
quisieron, pero no me quisieron porque no me quisieran sino porque no se podía
simplemente… no se podía porque era muy tarde, porque estábamos muy lejos,
porque la sociedad lo impediría o porque le faltaba un ojo. Y por eso yo fui
aquella que nadie quiso, porque razones para no quererme sobraban, y razones
para quererme solo había una y no era suficiente.
El
bramido del tren irrumpía en la media noche helada, cuando yo sujetaba mi
equipaje en la estación, medio congelados los dedos, media congelada la nariz ,
la capa de lágrimas mucosa sobre mis ojos me entregaba una visión distorsionada
y surrealista del mundo a mi alrededor. Yo debía marcharme, debía marcharme
porque mi existencia era una especie de veneno que justamente le hacía daño al
ser que más yo amaba.
Me mata esta mujer, se odia y se autodestruye en una implosión
constante de su ser, no tiene ganas de nada, nada le emociona, nada le hace
reír, es amarga, su existencia es como una piedra pesada y tosca hundida dentro
de un pozo oscuro de aguas pútridas estancadas, yo me zambullo en ese pozo,
esquivo la putrefacción, me hundo, me aferro a ella y trato de sacarla, pero no
se puede, ella me mata. ¿Qué hago para hacerla feliz? Debería nacer de nuevo,
deberíamos nacer de nuevo ambas, pero ella me mata.
Eran hacia las diez
de la noche y el resplandor del sol todavía se dibujaba a lo lejos en el cielo
profundo, él y yo conversábamos. Una conversación intensa es como hacer el amor
intelectualmente, le dije, él me manifestó su intención de llevarlo a un plano
físico más allá de lo intelectual, yo aprobé su idea ya que no puedo negar que
al sentir su cuerpo vibrar a mi lado mi cerebro se inundaba de endorfinas.
Quedamos de acuerdo en hacerlo, yo estaba nervioso y feliz al mismo tiempo, cerraba
los ojos e imaginaba el momento más placentero de mi vida. Aquella tarde fue la
última vez que lo vi, murió esa misma noche, camino a su casa, dentro del taxi.